El silencio de los libros


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Tiempo y silencio se requieren para una lectura responsable. Esto lo afirma George Steiner, quien del oficio de leer sabe un tanto. Y le suma un tercer elemento: espacio. Una pared tapizada con libros, el ocio que las sociedades industrializadas y desarrolladas tecnológicamente podrían procurar, y la ausencia de ruido, conforman el escenario justo para una lectura que pretenda entendimiento, memorización, reflexión, anotaciones. Esta lectura supone apropiarse de lo leído. La memoria juega así un rol fundamental ante lo que amamos. Recordamos aquello que se ama.

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En El silencio de los libros (Siruela, 2011) el políglota, ensayista, narrador, pero ante todo lector, George Steiner indaga en la naturaleza de la palabra escrita, de su antecesor lejano, la palabra dicha, y de los libros. Con erudición, lucidez, hondura y calidez, el profesor Steiner levanta el velo de "autoridad" que se le asigna por tradición a la palabra escrita, para preguntarse —sin obtener respuestas definitivas— por la naturaleza de la práctica escritural y lectora en la tradición occidental. Con la capacidad de síntesis de quien ha sido privilegiado con los requisitos fundamentales para una lectura seria y responsable, duda de la solidez de la cultura escrita sobre la oral. Se remonta a los cimientos de Occidente, a los pilares del conocimiento sobre los cuales un hemisferio echó a andar el pensamiento: Sócrates y Jesús de Nazaret, a saber: Atenas y Jerusalén. Así que ambas fuentes fueron encarnadas por dos seres que desconfiaron y siquiera echaron mano de la palabra escrita. El sentido de sus enseñanzas estaba esencialmente contenido en los gestos, ademanes, paseos, encuentros, caminatas, quehaceres, conversaciones, parábolas; para Steiner la comunicación cara a cara significaba una "presencia real". De alguna manera el logos había encarnado.

Desde los cantos homéricos, a la transcripción de los evangelios, las epístolas de Pablo de Tarso, los comentarios inagotables de tradición talmúdica que se propaga a toda la cultura libresca y hace posible la continua aparición editorial (o el imparable análisis freudiano), las bibliotecas de Montaigne y Montesquieu, los libros encadenados en monasterios medievales, la digitalización de la biblioteca del Congreso en Washington, las diferencias en la lectura de la Biblia entre católicos y luteranos, las tendencias nazis de Heidegger y de Céline; Steiner se pregunta cómo es posible que de una cultura elevada surja la barbarie más salvaje. No da con la respuesta pero sigue buscándola. Cada libro del profesor es una indagación a la materia viva de la cultura, un soplo de belleza entre tanta mugre, el pesimismo de Steiner quita el aliento porque es sobrecogedor. [¡Qué solos nos sentiremos cuando ya no esté entre nosotros! 87 años. Su más reciente libro Fragmentos quizás haya sido su despedida. La editorial Siruela anuncia para finales de este año la reunión de lo mejor de su narrativa: En lo profundo del mar]

3
Noción honda y cara al autor en toda su obra: presencias reales. En un libro del mismo título [libro hermoso en la destacada obra de quien merece el Nobel de literatura como reivindicación del lector que potencia lo leído, concilia el piélago de la literatura universal, contrapone la memoria ante el olvido, derrama luz donde los hombres solo ven sombras y así ilumina a quienes, con humildad y curiosidad, intuyen que hay hilos atados a los confines del espíritu humano en cada libro que acometen leer; divulga y guía sin agotamiento, sin temores, con asombro y agradecimiento, y con agudeza y erudición vive para sí y para quienes tengan la dicha de acercarse a sus libros, las palabras escritas por otros] Steiner da cuenta del momento justo en el que la palabra se desgarra de la cosa que nombra y se vacía, haciéndose ausencia: "Esta mudanza se declara por primera vez en la separación del lenguaje de la referencia (...) Comparadas con esta fragmentación, incluso las revoluciones políticas y las grandes guerras de la historia moderna de Europa resultan, me aventuro a decir, superficiales". En El silencio de los libros Steiner indaga en la fragilidad de la lectura ante esta ruptura.

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Si tiempo, espacio y silencio se necesitan para una lectura responsable, entonces, en nuestros días, es un ejercicio por poco extinto. Acechada por la inmediatez, la impuesta (autoimpuesta) socialización virtual, el uso indiscriminado de los dispositivos tecnológicos, las maneras consumistas de los países con mercados voraces, la sobreproducción de contenido, la invasión del espacio por otros productos, el ocio ocupado en otras actividades en las cuales la tribu es lo esencial, la velocidad como norma de vida ante un ejercicio que exige lentitud, amenazan la práctica íntima de la lectura (y por lo tanto de la memoria). [No pongo en cuestionamiento enfrentarme a estas dificultades comparadas con las que procura el comunismo. Siempre voy a preferir un mall a un gulag. Una mesa de novedades cada quince días a una mesa vacía por años]. Sin embargo Steiner no ve en estas amenazas un cese en la práctica lectora. Nunca antes la cultura estuvo a la disposición de tantas personas. Es la transformación de la naturaleza misma de la lectura lo que está por verse.

Para el profesor la cultura no es garantía de humanidad. Ahí está la Alemania nacionalsocialista. Ahí están Auschwitz y Birkenau. La Rusia de Tolstoi y Dostoievsky. Ahí está Kolimá y más de medio millar de gulags. No solo el libro, que arde fácilmente ante la maldad, sino el espíritu humano es también frágil e inflamable por el odio. Steiner traza una línea divisoria entre la cultura letrada que humaniza y la que deshumaniza. Y recuerda que las torres de marfil del aislamiento pueden dejar pasar por su vecindad los infiernos más crueles, incluso invitarlos al barrio. Este libro es advertencia y elogio de la lectura. Pasión y temor por los libros. Y recuerda no dar por sentado que el cultivo del espíritu sea garantía de empatía, sensibilidad y entendimiento del sufrimiento ajeno. Mas, muchas veces procura lo contrario: "El genio literario y filosófico ha coqueteado con la parte oscura del hombre, prestándole oído y apoyo (...) 'Todo anticomunista es un perro, lo digo y lo mantengo'. Así hablaba uno de los maestros del espíritu de nuestro tiempo". Se refiere a Sartre en apoyo al comunismo en Cuba. El espíritu también puede ser estrábico.

5
El silencio de los libros lo cierra un ensayo en defensa de la palabra impresa y la lectura frente a fenómenos de entretenimiento de masas como el fútbol, escrito por el crítico francés Michel Crépu: Ese vicio todavía impune. No menos crítico que Steiner pero sí más irónico, Crépu da cuenta de cómo los defensores de una "vitalidad" contrapuesta a la abstracción de las palabras escritas en realidad han necesitado de estas para ordenar sus ideas. El romanticismo no hizo que Goethe fuese leñador, ni Emerson; Thoureau escribió su experiencia de dos años viviendo en una cabaña, regresó a la ciudad para hacerlo, igual hicieron Kerouac, Ginsberg, quienes aun prefiriendo "la vida en acción", se sentaron a escribirla. Así que la lectura, la escritura, contienen contradicciones irresolubles y quizás esas tensiones no mitigan y hacen posible la literatura. Como escribe Crépu: "{la literatura es} Un lugar que no es lugar, un tiempo que el tiempo no cuenta, una lengua que no es lenguaje". Para su ensayo le sigue los pasos al narrador de En busca del tiempo perdido, y va vinculado la práctica de lectura de ese narrador, su relación con quienes están "fuera" de los libros que lee, y el mundo contemporáneo en una suerte de tour de force entre ocio y trabajo, idiotez y juicio.  No se sabe qué triunfará. Quizá [me temo] comience una soledad inaudita.


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[Habría que señalar que una realidad como la venezolana quizás ya ha olvidado aquellas tres instancias que hacen posible la lectura. Tiempo, espacio y silencio son nociones que toda revolución no puede permitir. La lectura es un acto privado, unipersonal en su acción, que individualiza, que reclama espacio propio (Una habitación propia escribió Virginia Woolf) por lo tanto atenta contra el colectivo y peor: se constituye en una amenaza para el proceso revolucionario y la creación de ese engendro que es el hombre nuevo. A esto habría que sumarle que el Estado se erige en editor-autor-impresor-librero: millones de libros impresos que hoy podrían servir como dique para contener el río Guaire cuando las lluvias arrecien; millones de libros impresos en detrimento de la propia naturaleza de los libros. En las largas y deshumanizadoras filas para comprar alimentos nunca he visto a nadie con un libro en las manos, bien podrían los preclaros de la estrategia bélica distribuir entre sus ex seguidores algunas joyas como el panegírico El pensamiento económico de Hugo Chávez (Vadell Hermanos, 2015), un breve (574 páginas, —si le hubiese dado por dar cuenta de Von Mises, Keynes o Sen todavía estaría escribiendo—) acercamiento a este iluminado de la macroeconomía que nos ha dado chance de sobra para la reflexión (aunque el tiempo en esas largas filas sea el tiempo del hambre), el libro —rara vez se combinan dos genialidades— ha sido escrito por el ínclito Alfredo Serrano, que ya quisiera ver explicándole al último de la fila por qué está ahí sin saber si encontrará su pitanza. Un desafío que solo un verdadero hijo de Lenin puede asumir].

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