Contra el populismo
I
Miedo y resentimiento. Miedo y decepción.
Miedo y frustración. Combinaciones idóneas para la emergencia de los
totalitarismos. De cualquier signo, de derecha o izquierda, que en sus
fundamentos y ejecución son más semejantes que disímiles. Este opúsculo de José
María Lasalle, especialista en pensamiento político anglosajón, secretario de
Estado de Cultura para el gobierno español desde 2012 hasta 2017 y actualmente
secretario de Estado de Agenda Digital, es un tratado. No un panfleto. Un
acercamiento a lo que ha hecho posible el surgimiento de lo que amenaza los
cimientos de racionalidad que hacen que las democracias occidentales sean posibles.
II
Contra el
populismo
(Debate, 2017) se distancia del libelo y se acerca al ensayo, aunque su
brevedad ataje el desarrollo de algunas ideas que lo ameritan. Dado el
surgimiento de fuerzas "políticas" que irrumpen en el escenario
democrático (no surgen en otro sistema que no sea el democrático, es decir, los
populismos solo surgen en el sistema que pretenden aniquilar) Lasalle rastrea
su origen más inmediato, su desarrollo actual, sus consecuencias y sus
conquistas. Y es, lo menos, alarmante, porque se avizora como un fenómeno que
apenas da sus primeros pasos, destructivos y firmes. Promete, el populismo, ser
protagonista de este siglo. Y la libertad es su principal víctima.
III
La baja anuncia al lector lo que
encontrará: "Cartografía para un totalitarismo posmoderno". [Estas
son solo notas sueltas.]
Lasalle traza el mapa político que ha hecho posible la irrupción de este
fenómeno en el occidente posmoderno. Y he aquí el primer punto de inflexión: el
proyecto moderno ha fracasado y se acusa a los dirigentes, instituciones
públicas, y el sistema financiero de tal fracaso. La promesa de desarrollo
continuo, la liberación del hombre de las ataduras del pasado (religión,
monarquías, tradición, Dios, Razón, los preceptos de la Ilustración, etc.), el
alcance de un progreso material para todos, el bienestar general, en fin, el
sentido teleológico de la Historia, ha hecho implosión y también explosión.
Para Lasalle, y he aquí el segundo punto de inflexión, el mundo moderno ha
visto caer dos estructuras y ha cambiado irremediablemente: el Muro de Berlín
en 1989 y las Torres Gemelas en 2001. Cuando cayó la primera de ellas las
democracias liberales occidentales se quedaron sin el enemigo a la vista, era
el tan cacareado "fin de la historia"; y cuando se cayó la segunda
estructura, signo y luego símbolo del poder occidental, los enemigos pasaron a
estar en todas partes y en ninguna, ocultos y visibles, deslocalizados y
agrupados, conectados y dispersos, anónimos con perfiles en las redes. El mundo
tal cual lo conocíamos, en su normativa, ordenación, jerarquías y fundamentos
estará ahora bajo sospecha. Y la sospecha crea ansiedad, y eclipsado el fin, el
sentido vital, la incertidumbre será combustible para encender los más
profundos y también superficiales temores. Tercer punto de inflexión: habrá
enemigos que aniquilar. Carl Schmitt
desteologizado. La política no es la guerra por otros
medios, no, es guerra. Y un estado de guerra
permanente alimenta el resentimiento.
IV
Y de los temores, los monstruos. Lasalle
ubica la ola expansiva del populismo en el ataque a las Torres Gemelas y en la
quiebra del aparato financiero, específicamente, la debacle de Lehman Brothers.
Y, aunque es un referente expuesto a los ojos del mundo, no es menos una
consecuencia que una causa. Y es aquí donde puede verse el carácter
cartográfico. Porque Lasalle pasa a vuelo rasante sobre la experiencia
latinoamericana —caterva de populismo donde las haya— una vez que acompaña la
ola expansiva de los neoconservadores norteamericanos hasta llegar a Europa y
los ascensos de una derecha y una izquierda cada vez más radicalizadas. Si bien
el populismo latinoamericano se diferencia en sus manifestaciones, comparte el
mismo sustrato que el de los países que por un lapso considerable consiguieron
aquel Estado de bienestar referente del
resto de los países occidentales. Modernidad. No como proyecto fracasado sino
como crisis. Modernidad es crisis. Y la
posmodernidad su despecho o cansancio. Y la manifestación de ese quiebre no
surge solo en las instituciones, sino que llega hasta las instituciones. Y
llega desde la sociedad. "El populismo es la corrupción del pueblo".
*
V
Lasalle es valiente al señalarlo.
"(...) De hecho, la corrupción no solo se da del lado de los gobernantes.
También el pueblo puede abrazarla cuando se desvía del respeto a la formalidad
de la ley y decide hacer su santa voluntad, cuando se salta los límites del
respeto a la minoría e impone el fenómeno mayoritario como una experiencia
incuestionada e irrebatible (...) el populismo es la corrupción del pueblo como
sujeto político, corrupción que se produce cuando se deja llevar por las bajas
pasiones de la demagogia y cuando el malestar ciega los equilibrios, rebasa los
límites de la ley y de las formas, y dirige la ira hacia todo lo que se opone a
su ímpetu vengativo (...)" En Venezuela y América Latina se le conoce como
Revolución, porque la izquierda no es libertaria sino profundamente
conservadora, es relativa en sus procedimientos y absoluta en sus fundamentos,
es pura tensión, irresoluble. Solo la muerte, suicida, es su fin. Por eso el
llamado a los fusiles. Por eso detestan la libertad. La moderación de la
democracia pluralista. El populismo hace creer que la democracia es solo una
treta para mantener a unas elites corruptas en el poder. Si se eliminan esas
estructuras (si se elimina la democracia) seremos iguales. Paz e igualdad. Que
no libertad. La desigualdad sustituye a la pobreza como el problema real,
porque tal manipulación va directo a la ruindad más abyecta del ser humano: mi fracaso,
mi miseria, será ahora un problema de todos. El populismo promete el
escarmiento que como venganza exige el pueblo. Así, el voto perjudica y no
beneficia. La ecuación ha cambiado. Es autodestructiva. La democracia puede
suicidarse. Revolución.
VI
Populismo como estrategia para instaurar
los viejas ideologías totalitarias. Pero ahora despechadas y tecnificadas. No
hay entusiasmo criminal sino solo crimen. No hay fin porque ya todo ha acabado.
Y esta puede ser la sutil diferencia entre un comunismo instaurado hoy y el del
siglo XX: aquel prometía futuro y se construiría sobre los cadáveres de
millones. El neocomunismo solo promete cadáveres. O quizás sea el mismo de
siempre. En fin, el populismo es otro nihilismo. Lasalle no se pregunta si en
la semilla de la Ilustración no estará ya este desvío de sus preceptos, así,
ese desvío no sería sino su realización. Sabido esto, la razón puede reconocer
sus límites para evitar su desbocamiento. La irracionalidad de estos fenómenos
es también razonable. Por eso la cipayería populista puede justificar sus
tropelías. E incluso quienes se oponen a ella, "comprenderla". El
pueblo ha sido engañado, se le puede escuchar a muchos. Al pueblo hay que
decirle que cuando el estado de las cosas hace aguas, es también responsable.
Pero el votante populista "no quiere ser responsable ni dialogante con
aquellos a los que achaca su malestar. Vive su particular problema y quiere,
con su voto, convertirse él mismo en un problema para los demás".
VII
Miedo. Resentimiento. Despecho. Enemigos.
Lo que se echa de menos en este tratado lúcido sobre el estado de las cosas es
dar cuenta de la maldad. La gratuidad de "poner el mundo al revés"
como decía Trotsky, solo porque se puede.
Obama decía "Yes, we can", en España es el nombre de un partido
político. Es solo y necesariamente, voluntad. Sin más. Podemos, verbo para el
pueblo, nombre para pocos. Voluntad en Venezuela, adjetivada. El voluntarismo
vaciado de toda sustancia. Es solo acción cuando la verdad ha sido revelada.
Quien dude es traidor. La duda, la hermana menor del conocimiento. Paradoja
desgraciada que estos populismos puedan surgir de las universidades. [Haga un
repaso el lector por las casas universitarias que le brindaron educación a los
altos mandos del matonismo civil bolivariano: UCV, ULA, LUZ, etc.] Lasalle
tiene la puntería afinada. Es diáfano en sus planteamientos. La vulnerabilidad
emocional ha desterrado toda mirada compleja sobre el mundo. La modernidad
democrática no ha "cumplido con lo prometido" y el economicismo y la
especialización profesional ha reducido la mirada sobre el mundo. Desorientada,
esta sociedad que no se siente segura —el terrorismo y el futuro incierto son
impredecibles— se pone en marcha hacia
un horizonte en la pantalla de sus soportes tecnológicos. Ahí encontrará un
dron o un grupo yihadista. Qué más da. (Por ahora, son más quienes compran un
dron).
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*Habría que esperar a ver si en el caso
latinoamericano o venezolano en específico, el fracaso del proyecto moderno
todavía está por darse, en el sentido de que nunca se ha alcanzado un estado de
bienestar a velocidad de crucero por decirlo de alguna manera, así, lo que le
espera a cualquiera de estos países y quizás con mayor probabilidad a la
desconcertada Venezuela, sean unas décadas de desarrollo y progreso que
desemboquen en el despecho de la promesa siempre incumplida de la modernidad.
Habrá tiempo para serenarse y aceptar los límites de la razón y los de la
moral. Quizás el proyecto cloacal de revolución sea un paréntesis —demasiado
costoso, injustificable— de desencanto que procure el tránsito de la
adolescencia a una madurez —con cierta dosis de ironía saludable— de la
sociedad.
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