Las nieves azules


En una aldea perdida de Siberia, un niño vive con su hermosa madre deportados como tantos otros enemigos del pueblo trabajador. El frío, que puede alcanzar los -45° bajo cero, no paraliza la vileza sino que se hace instrumento para el sufrimiento. No había necesidad de alambre de espino, el frío cercaba cualquier intento de fuga. Es el niño quien narra las ruindades más abyectas a las que los hombres son sometidos una vez que las ideologías echan a andar sus engranajes malhadados. Sin embargo, no es la voz de un niño de diez años. Es la voz de un hombre de diez años, porque lo que tiene que vivir Pietia junto a Bella es la sustancia del comunismo, su fundamento y fin: el gulag.

Piotr Bednarski nació en 1934 en Horeszkowce, una aldea que fue tomada por el Ejército Rojo en 1939. De aquel exilio nace este libro que llamarlo novela es solo un decir. Recuerda en su concatenación de relatos sobre la cotidianidad de la violencia a Caballería roja, de Babel. Las nieves azules (Malpaso, 2014) es un conjunto de relatos que da cuenta del sufrimiento, el hambre, la enfermedad, el dolor, la precariedad, la locura que constituyen la vida "esa pequeña llama del cielo en la tierra, delicada y sutil, expuesta al aliento de los tiempos de acero", cuando el sueño de la bahorrina roja se convierte en realidad.

Estos relatos, que escuecen el alma de un lector sensible, no son en su estilo, poético, sutil, delicado, frágil, aquellos testimonios descarnados que, de desgracia en desgracia, hacen que un velo de irrealidad surja en el lector para protegerlo de tanta miseria y permita a su vez hasta una mueca de risa que podría asomarse en sus labios (los testimonios recogidos por Svetlana en El fin del homo sovieticus (Acantilado, 2015) alcanzan unas cotas de absurdo, sinsentido e inclemencia que pueden producir la carcajada y el llanto a la par), Las nieves azules es un canto a la belleza, a la vitalidad que hace que un ser humano pueda reconocer aquello que lo trasciende y que lo hace portador de un entendimiento que lo sobrecoge y lo plena de existencia aun en la desdicha más atroz.

En la barbarie institucionalizada del Estado soviético y en los momentos de mayor esplendor sanguinario, el llamado Gran Terror, la delación (se llegaba a delatar a quien no había delatado), la mentira, la ignominia, la vileza más oscura de la hez de las emociones se manifestaron como nunca antes: era la norma. Entregar a los padres, a los hijos, a hermanos, a esposas, a los maridos, todos sospechosos de ser enemigos del pueblo, y el pueblo dando rienda suelta a las aguas más negras de su alma: cualquier mezquindad, frustración, resentimiento o revanchismo se traducía en la entrega del sospechoso a la NKVD para que los cuerpos de seguridad se hiciesen cargo del contrarrevolucionario: a los campos de trabajo forzados, a las minas de Kolimá, o al frente de batalla. Era una sentencia de muerte. Los pocos que regresaban lo hacían mutilados física o espiritualmente.

La oscuridad a sus anchas
El pequeño Pietia le tiene miedo a la oscuridad y esta cubría toda la vida de muerte y desolación pero aun así tenía un competidor: "fue la pesadilla de mi infancia. Stalin y la oscuridad. Llevaba mejor la oscuridad porque empezaba al atardecer y acababa al amanecer y no siempre tenía la opacidad de las tinieblas bíblicas. Sin embargo Stalin, ese mirón portentoso, estaba en todas partes. En cada esquina, en cada cartel, incluso en los sueños aparecía como líder, timonel, padre. A menudo intentaba mirarlo a la luz del día para superar mi fobia. En vano. El terror no abandonaba mi alma." Es el terror lo que conforma el tejido social en el comunismo.

Y aun así, este niño y su madre Bella, una mujer polaca de prosapia judía, profesaban la fe en Dios y en los hombres. Bella, portadora de una belleza deslumbrante que todos los hombres deseaban para sí y estaban dispuestos a matar por ella, deja clara la distancia insalvable que la separaba de la patulea bolchevique cuando le dice al funcionario de la antigua Cheka quien la acosaba: "Tienes una mujer comunista. Entiéndelo: eres oficial de NKVD, perteneces a Stalin. Y yo soy judía y pertenezco a Dios, en quien encima no crees". Pietia crea lazos de amistad con jóvenes del orfanato, con familiares que van llegando denunciados por otros, con su abuela que se ha vuelto loca y quiere que el color blanco ilumine el alma de aquellos inmundos bolcheviques rojos, con su abuelo que se ha construido un ataúd porque "Cuando el mundo es inhumano, los ataúdes, por lo menos, han de ser humanos", con Kolya, un huérfano valiente que se ha negado a firmar un documento en el que sus padres fuesen fichados como enemigos del pueblo, y enfrenta al director del orfanato y al funcionario de la NKVD hasta su propia muerte.


Porque en la vida de Pietia hay fusilados, mutilados, ahorcados, perseguidos, almas grises, apagadas, destruidas por la conformación de un mundo mejor, el de la igualdad. Como asegura una anciana que acoge a al niño en la peor de las desgracias: "Los comunistas llevan el crimen en la sangre". El amor entre Bella y Pietia es lo que ilumina todo este horror alrededor. Donde hay amor hay libertad. Las nieves azules es luminiscencia en su más estricta definición: emisión de luz sin elevación de temperatura.

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